100 días de cuarentena: crónica del ocaso del abrazo

Se cumplen hoy 100 días del aislamiento social y obligatorio que pesa sobre los habitantes de Argentina. El pasado 19 de marzo, Alberto Fernández, con 128 infectados y 3 muertos, tomó la decisión de firmar el DNU que confinó a todos a sus hogares.

“Es un decreto de necesidad y urgencia, por el cual a todos los argentinos y todas las argentinas, a partir de las 0 horas de mañana deberán someterse al aislamiento social y obligatorio. Nadie puede moverse de sus residencias, todos tienen que quedarse en sus casas. Estamos cuidando la salud de los argentinos”, indicó Fernández en su exposición pública.

El objetivo era “tratar de evitar que el ritmo del contagio se acelere de tal modo que el servicio sanitario argentino no lo pueda contener”.

Ya ese día, el presidente habló de los “problemas de gente que no entiende que no puede circular libremente por las calles porque pone en riesgo al otro”.

Un centenar de jornadas después (99, en realidad), el AMBA volvió a retroceder a esa fase inicial, con la reversión de las aperturas realizadas en el camino. Van, hasta el informe nocturno del 26 de junio, 55.343 infectados y 1.184 víctimas fatales.

Pocos días después del gran cierre, el 23 de marzo, la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, informó: “se está iniciando la transmisión comunitaria”. Iban 266 infectados y 4 muertos.

Una y otra vez se fue prorrogando la cuarentena. Incluso Fernández, apresuradamente, el 30 de marzo se atrevió a decir que los argentinos estaban “dominando al virus”, aunque admitió que se preparaba para “el peor escenario”.

Fue el inicio de este largo camino, con aciertos y errores, como el del triste día 15 de cuarentena. Es cierto, el país está sanitariamente mejor que la mayoría de la región, incluso que muchas potencias mundiales. Pero también hay sufrimiento.

El necesario cierre de actividades, implica decenas de miles de negocios que cerraron para siempre, empresas que no se recuperarán, muchísimas personas sin trabajo. Todos ellos también son víctimas de la cruel balanza entre la vida y la economía de la que suele hablar Fernández, quien hoy advirtió que incluso en aquellos países sin cuarentena, o con una más blanda, también se derrumbó la economía.

Ya el 12 de abril el primer mandatario advirtió que prefería “tener 10% más de pobres y no 100 mil muertos más en Argentina por coronavirus”, porque “de la muerte no se vuelve, pero de la economía se vuelve”. El objetivo prioritario, por el momento, lo está cumpliendo.

En un país que ya venía “en un contexto muy difícil de recesión y endeudamiento”, esta pandemia desnudó los problema que todos conocíamos y nadie quiso atender, como los de los barrios vulnerables, en los que los habitantes viven hacinados, olvidados y, muchas veces, sin acceso al agua, elemento fundamental para la vida en si, y sobre todo en un momento de pandemia. Los casos más atendidos por los medios fueron los de la Villa 31 en CABA y Villa Azul, el primer barrio completamente aislado, en el límite entre Quilmes y Avellaneda. El grito de Ramona Medina se escuchó en los medios masivos, pero por cada Ramona que se conoce, hay miles sufriendo las carencias más que nunca.

“Tenemos una concentración del conflicto en los barrios populares”, comunicó el presidente el 23 de mayo. Dos días más tarde, con motivos de la fecha patria, propuso “dejar atrás los egoísmos y comenzar a construir una Argentina más solidaria”.

El 4 de junio, Horacio Rodríguez Larreta anunció que se podría salir a correr en la Ciudad de Buenos Aires. Duró menos de un mes. El primer día, miles de runners y paseantes, que solo podían salir a hacer su actividad física a 500 metros de sus casas, se reunieron en los mismos pocos puntos de encuentro y generaron una imagen más que preocupante que derivó en una polémica entre los gobiernos porteño y bonaerense, pasando por el nacional. A partir del 1 de julio, más allá de que con los días se normalizó la situación, ya no podrán hacerlo.

Vizzotti, el 15 de junio, advirtió sobre “el riesgo de que desborde el sistema de salud”, algo sobre lo que la población estaba esperanzada que no ocurriera. Aún no sucedió, pero el aumento considerable de casos de los últimos días en el AMBA forzó un nuevo confinamiento para contener la situación.

El 11 de mayo, Fernández había desnudado sus sensaciones: “Es el momento que uno menos desea para ser presidente. Apareció un virus que dio vuelta al mundo y a la economía, que no sabemos cómo prevenirlo, porque lo que nos ofrecen los médicos es lo que ofrecían los curanderos en la Edad Media: quedarte en tu casa. No tenemos vacuna y no sabemos cuánto tiempo va a estar presente. ¿Cómo alguien piensa que uno se enamoró de ésto?. Yo quisiera salir cuanto antes de ésto”.

También, el primer día de junio el funcionario más importante del país reflexionó que la pandemia nos condena al dolor, que va desde estar aislado hasta el malestar económico”, y consideró que “todos necesitamos del otro para poder salir”.

Todos necesitamos del otro, de los cercanos, de los que hace 100 días no podemos abrazar y solo vemos a través de pantallas. De nosotros, de ellos, depende que podamos salir lo antes posible de la peor pesadilla que hemos vivido en nuestras vidas todos los que formamos parte de este mundo durante el 2020, el año sin abrazos.

Cuídense, quédense en sus casas.