Total normalidad en la República Fútbol

Foto: Prensa Temperley

Los quince positivos de coronavirus en River Plate, conocidos el día anterior al superclásico, generaron un lógico revuelo que no hubo cuando pasó lo mismo en los planteles de Banfield, Gimnasia y Esgrima La Plata, Sarmiento o Patronato, por solo citar a algunos.

El partido se va a jugar, el torneo va a continuar, el millonario tendrá que presentarse el próximo martes por Copa Libertadores y los contagiados deberán permanecer aislados.

Es parte de la absurda normalidad del fútbol, aunque no solo del argentino. Sobre todo en Latinoamérica, el deporte más popular de todos tiene reglas propias, que superan a las leyes y disposiciones de cualquier país.

Las delegaciones viajan libremente, las comitivas no son obligadas a aislarse al regresar a sus países y se juega en lugares que están viviendo una extrema tensión social, como Colombia, incluso si hay que parar un partido siete veces porque los gases lacrimógenos de afuera del estadio invaden el campo de juego.

Tampoco existe el término “contacto estrecho”. En el mundo paralelo de la pelota, dos personas que conviven en el día a día dentro de un plantel con quince que se contagiaron el uno al otro, no son considerados contacto estrecho. La única diferencia con los infectados, es que tuvieron la suerte de no contagiarse.

Para el fútbol, la normalidad es que se juegue a cualquier precio, y lo inentendible es que Esteban Andrada haya tenido que cumplir con las normas impuestas por los gobiernos ecuatoriano y argentino.

“Es algo a lo que estamos expuestos. Ya ha pasado en otros clubes y hemos podido salir adelante. El fútbol no es una isla, está dentro de una sociedad en la cual se está viviendo una ola de contagios muy importante y habrá que aceptar esto con las mismas reglas del juego para todos”, expresó esta mañana Alejandro Roncoroni, titular de la Comisión Médica de la Liga Profesional de Fútbol, en diálogo con TyC Sports.

Y tiene razón, el fútbol no es una isla, sino una República separatista en la que no importan siquiera las vidas de sus protagonistas y sus familias, sino facturar a como de lugar.

Las mismas reglas del juego solo cuentan internamente para la competencia, pero no para equiparar al fútbol con el resto de la sociedad de la que es parte.