Otra remontada en la oficina

El Madrid se sobrepone, con más garra que fútbol, al gol inicial de Barrenetxea y al espectacular partido de Kubo con tantos de Valverde y Joselu, ambos asistidos por Fran García.

Pasaron muchas cosas en hora y media en el Bernabéu para acabar en un tópico: la remontada del Madrid. Entre los sucesos más destacables quedaron la sinfonía incompleta de Kubo, ahora sí, futbolista grande; dos asistencias de Fran García, su víctima, enorme extremo, discutible lateral; una actuación portentosa de Carvajal, el renacido; un zapatazo de Valverde y un cabezazo de Joselu, hechos muy poco extraordinarios, que le dieron la vuelta al marcador, y una gran puesta en escena de la Real de la que cuando acabe esta Liga no se acordará nadie. Así mantuvo su liderato un Madrid tan imperfecto como resolutivo.

Ancelotti presume que su pulso con el Barça se va a alargar hasta los cien puntos o alrededores y eso lo explica casi todo: que no se guarde a Valverde tras su doble paliza transatlántica, que no toque una defensa castigada por las jornadas FIFA, que tire de Kroos por su plus de descanso tras la renuncia a Alemania, que anteponga a estas alturas la Liga a la Champions, donde todo parece más remediable hasta llegar a febrero. En definitiva, el mejor Madrid posible, que solo se mueve en el centro del campo. Detrás y delante, los de casi siempre, todo muy de Ancelotti.

Lo justificaba en este caso la Real, equipo de Champions por algo coronado por Take Kubo, un talento excepcional al que solo le faltaba encontrar su sitio. Aquí lo tiene. Tardó cinco minutos en demostrarlo. Metió un balón diagonal en el ángulo muerto que no protegían ni Tchouameni ni Carvajal y Barrenetxea, a la segunda, lo mandó dentro tras un apuradísimo rechace de Kepa. El japonés le ha añadido constancia a su ingenio y eso le ha convertido en un primer espada de esta Liga. Casi de inmediato Soto Grado le anuló otro gol, de zurda, por interferencia de Oyarzabal, al que el misil le pilló en el peor sitio. La Real gobernaba ya el partido con sus guantes de seda (el propio Kubo, Brais, Zubimendi, Oyarzabal…) hasta que, sin avisar, se le vino encima el Madrid de los arrebatos, ese oleaje que tantas veces llega antes que el juego.

El equipo de Ancelotti es una cosa y la contraria de un minuto para otro. Porque sus brotes de adrenalina cuando le aprieta la soga pueden con casi todo. El primero de ellos fue un estruendo. Es cierto que padece síndrome de abstinencia de Vinicius, pero supo activarse pronto para generar tres oportunidades clarísimas en dos minutos: remate al larguero de Joselu, zapatazo raso del propio ariete a los pies de Remiro y tirito sin ángulo de Carvajal salvado también por los pies del meta.

Tarde de porteros

En el principio de todo estuvo Bellingham, cruce de nueve y diez, anotador estacional, centro de gravedad del equipo. En el final, Remiro, sacando manos para fundir a negro a los delanteros blancos, Rodrygo especialmente. Eso, en terrenos del fondo norte. El fondo sur era de Kubo y Kepa. El meta evitó el 0-2 por dos veces, en remates del japonés y de Merino, ambos a quemarropa. El partido estaba fuera de control.

Todo progreso del Madrid llegaba mediante el empleo de la fuerza, más por genio que por método. En esas luce más Carvajal, soberbio por cierto, que Kroos, por ir a los extremos. Todo progreso de la Real obedecía al repliegue tardío y desordenado del Madrid, especialmente por la banda de Fran García. Tampoco era apreciable el presunto efecto barrera de Tchouameni, sobre el que no hay evidencia científica de que sea el mismo futbolista que sostiene a Francia. El caso Casemiro continúa abierto y no es cosa menor.

Cerca del descanso la Real amortiguó mucho el peligro con un mejor ajuste de su adelantadísima zaga, maniobra que no supo leer en sus arrancadas Fran García.

La pegada blanca

Cerrado ese camino, el Madrid buscó un atajo habitual. Al minuto de la reanudación se alargaron por la izquierda Rodrygo y Fran García para despejar el camino a Valverde, que aplicó uno de sus disparos vía satélite que acabó en el empate. El Madrid reparaba el marcador, pero aún le faltaba remendar su juego, porque la pelota volvió a ser de la Real. A ratos, abrumadoramente. Lo suficiente como para que se extendiera el runrún en el Bernabéu. Un dominio donostiarra del que no sacó conclusiones antes de un nuevo giro de guion. Fran García, que da más en ataque que en defensa, escapó de esa jaula donostiarra para meter un centro con confeti que Joselu cabeceó inapelablemente. Eso tienen los nueves, que actúan de oficio en las situaciones más insospechadas. Esta lo era por partida doble: estaba preparado su cambio cuando marcó.

Hecho el paréntesis, la Real volvió a lo suyo, el manejo, pero ante un Madrid que había escuchado las advertencias. Y es que Ancelotti fue restableciendo el orden paulatinamente: Modric por Joselu para recuperar el centro del campo, Camavinga para auxiliar a todos y Nacho para ofrecer una mejor vigilancia de Kubo. Imanol vació su arsenal (Zakharyan, Momo Cho, Sadiq), pero no resultó ante ese agente doble que es el Madrid, al que no le hizo falta ni un gol de Bellingham